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lunes, 6 de octubre de 2014

El comer de los pemones por José Rafael Lovera (2000)

En el año 2000 el CEGA organizó un intercambio sumamente enriquecedor e interesante con indígenas pemones, quienes estuvieron en el Centro y cocinaron con los alumnos de la Especialización en cocina criolla.
   A continuación compartimos un artículo que escribió nuestro director José Rafael Lovera a propósito de la experiencia y que fue publicado en su momento por el diario El Universal:

EL COMER DE LOS PEMONES
Por José Rafael Lovera

    Tal como los antiguos griegos, los pemones se encuentran inmersos en una naturaleza plena de fuerzas vitales de los cuales el hombre es una. Los espíritus todo lo pueblan, residen en los minerales, en las plantas, en los seres humanos y según su tradición se operan entre ellos las más curiosas metamorfosis, tales que hubieran  enriquecido cuantiosamente la pluma de Ovidio.
    
     Quien como Humboldt haya experimentado el anochecer en la selva amazónica, comprenderá las palabras con las que el sabio explorador describe la vivencia que tuvo en la Orinoquia: “Tocaba el sol con el zenit; la luz que vertía sobre el río, que las aguas casi quietas reflejaban chispeantes hacían resaltar más aún las nieblas ardientes que envolvían el horizonte. Las piedras desnudas y redondeadas, y todos los trozos de rocas, estaban cubiertas de infinito número de iguanas de escamas espesas, de geckos y salamandras abigarradas, que inmovibles, alzada la cabeza y abierta la boca, parecían aspirar con fruición el aire abrasado. Los grandes animales se meten a esta hora en las profundidades de la selva, las aves se ocultan bajo el follaje de los árboles o en las grietas de las rocas; pero si durante esta aparente calma de la naturaleza se presta oído a sonidos casi imperceptibles, se advierte en la superficie del suelo y en las capas inferiores del aire, un confuso rumor producido por el murmído y el zumbido de los insectos. Todo anuncia un mundo de fuerzas orgánicas en movimiento. En cada material, en  la corteza agrietada de los árboles, en la tierra que  cavan los himenopteros, la vida se agita y se hace oír, como una de las mil voces que envía la naturaleza al alma piadosa y sensible del hombre”. Y esa voz la han oido bien, y por siglos, los pemones en las profundidades de la selva,  en el extremo sur de nuestro Estado Bolívar, cerca de donde convergen nuestras fronteras con las de Guayana y Brasil. De allí viene Kaikutsé (Vicente Arreaza), nativo de Uaiparú en la Gran Sabana y viene para hablarnos de su comida, de la significación que para su gente tiene  el acto alimentario, de los frutos que da la tierra y de la forma de prepararlo y consumirlos. Oigamos en la suya la voz antigua de sus  antepasados, llena de poesía y de buenas nuevas para el inquieto paladar de los gastrónomos. Para su gente el acto de comer es colectivo, reúne a los hombres de la comunidad cuyas mujeres aportan la preparaciones que han hecho con los productos de conuco ó de la recolección y la caza.
    
     Antes, en tiempos pasados, se hacían dos comidas, mañana y tarde con que marcaban el ritmo de una actividad cotidiana que actualmente se ha roto con el contacto de la sociedad criolla urbana. Toda comida se inicia con el llamado que hace el principal de la comunidad quien en voz alta exclama: “Aquí esta el Tumá”, lo que constituye a su manera una cordial invitación a comer, a veces este llamado es precedido por el soñar de un cuerno que advierte a los demás que  llego el momento de comer. Así todos acuden a colocarse alrededor de una esterilla sobre la cual están servidas las diversas preparaciones aportadas por cada familia pero consumidas indistintamente por los comensales, primero comen los niños luego los hombres que trabajan y después las mujeres quienes generalmente guardan lo suyo en su casa que es el lugar donde comen ellas, pues por tradición no tienen acceso al convite en el cual participan sólo los varones. Durante la comida no se habla, se mastica y se ingiere en silencio tomando los alimentos con los dedos, como vajillas usan totumas.
    
     Pero este acto alimentario implica un conjunto de valores o actividades y creencias que comienzan desde el momento en que se sale en procura de los alimentos; imaginario mental en trance de desaparición por el contacto frecuente de los pemones con las ciudades y su asimilación por la vida urbana. De está manera cuando se va a cazar hay que respetar ciertos tabúes y seguir determinadas prácticas pues para el pemon todo, incluso las  piedras, están llenas de vida, en ellas puede recidir algún espíritu de forma que cuando se caza algo, puede ser una gallina de monte, no siempre debe cocinarla la mujer de uno, sino la hermana de uno, la cuñada de uno, pues la carga directa que tiene con relación a este espíritu, ese espírit guardián de la presa cinegética puede tener repercusiones posteriores que se traducirían en un daño, para quien cocina, por ejemplo sobre las mujeres preñadas de los cazadores pudiendo producirse  malformaciones en las criaturas por nacer. Esto es unos de los preceptos que más se tienen  en cuenta al ir a la búsqueda del alimento a través de la actividad venatoría.
    
     Otro aspecto de ese folklore alimentario es el evitar excesos en la comida, pues cuando uno pesca mucho o caza mucho, puede recibir un castigo ya que la demasía puede irritar al espíritu de las aguas ó al de los bosques. Es posible que el pescador exagerado terminé ahogándose. De allí que se hayan creado formas de prevención para librarse de la ira de los espíritus como es el caso de las oraciones o invocaciones. También se usan ciertas plantas que obtenidas pueden proteger al cazador y aún atraer la presa como es el caso de la planta Kumi, tubérculo parecido al ocumo que se mastica, acción con la cual se da una especie de autoprotección y a la vez sirve de “Reclame”  para atraer ciertos animales. También cuando una persona se encuentra afectada por la fuerza anímica del animal que ha cazado puede curarse mediante él “Taren” que es una invocación.
    
     El silencio que se observa en las comidas es una manifestación del carácter discreto del Pemon y rara vez es interrumpido, por el principal que advierte a los comensales, si es el caso, que viandas está por ingerir, para que se tomen las precauciones derivadas de las creencias de que hablamos. Así muchas veces vienen mezclados pescados como el aimara, el corroncho ó el bagre, lo que hace necesario que se advierta la mezcla. Nunca es usual juzgar sobre las preparaciones pues se considera indelicado. Generalmente las mejores suelen ser las preparadas por las mujeres viejas cuya larga experiencia les ha procurado un saber que redunda en un mejor gusto. Esto puede percibirse pero no se manifiesta. 
 
     Quizá el resumen de la sazón de los pemones sea el ají. El perfume de los muy diferentes tipos de capsicun constituye el estimulante por excelencia, el abreboca por antonomasia, tanto que cuando no se percibe, es como si no se hubiese comido. Cuando por primera vez Vicente probó la comida criolla sintió por un lado el natural rechazo hacia ingredientes que le eran absolutamente extraños como la cebolla ó el ajo y por el otro resintió la ausencia del aroma y el picor del ají. Al punto de que esa falta hace una comida “insípida”. El consumo de ají preserva de los espiritus malos y por eso es bueno comerlos antes de cualquier expedición de cacería, cosa que tiene experimentada Kaitutsé.
     
     El acto de comer para los pemones es lento, tiene un ritmo pausado que puede durar unas 2 horas. Al terminar se levantan los restos y el principal dice, también en voz alta: “Ya dejamos”, formula lacónica para los criollos pero no así para los pemones que la consideran de una extrema amabilidad que permite a las mujeres venir a recoger las esterillas.
    
     Como bebida toman agua y a veces Cachirri ó jugo de alguna fruta, como el cambur. La comida rara vez se sirve caliente, la mayor parte de las preparaciones es ingerida a la temperatura del ambiente. Como pan se emplea el casabe, no la arepa. El maíz se consume en menor escala que la yuca y se come asada la mazorca, a veces cuando ya están secos los granos se muelen y con ellos se prepara una bebida. Como edulcorante se empleaba la miel, en tiempos más recientes apareció el azúcar que sin embargo nunca ha llegado a formar parte del elenco típico de la comida de los pemones.
   
     Vicente con su voz nos ha permitido asomarnos a ese mundo desconocido para los criollos, inquietante para muchos, y muy estimulante para los gastrónomos deseosos siempre de conocer otros manjares.






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