En la obra reseñada Pedro Chacón, cortesano
del Rey de España Felipe Segundo, diserta sobre los banquetes, de manera muy
erudita e incluye varios grabados relativos a esas celebraciones. El texto escrito
en latín constituye una de las obras más famosas de la literatura gastronómica
europea del siglo XVI. Un facsímil de este libro ha sido ingresado a nuestra
biblioteca. Con ese motivo hemos escrito el breve texto que sigue alusivo al
tema:
Fuente de la imagen: revista de ArteS |
Cuando se nos menciona la palabra banquete, todos creemos saber
qué significa y cuando la usamos lo
hacemos atemporalmente sin darnos cuenta de que el vocablo entró en los idiomas
romances, el castellano es uno de ellos, apenas en las postrimerías del siglo
XIV. De manera que, si hablamos del “banquete” de Trimalción de la época del
Imperio Romano, todos comprenderemos la frase, pero si nos remontamos al siglo
XIII o a mediados del XIV y nos expresamos de la forma dicha, no se nos
entendería, pues aun no había entrado en nuestro idioma la palabra que nos
interesa. En aquellos remotos tiempos medioevales, se decía ágape y no
banquete, y esa palabra viene del griego, a través del latín, y se originó en
las comidas que celebraban los cristianos en tiempos romanos, a escondidas,
pues su credo estaba proscrito y quienes lo profesaban eran perseguidos. Con seguridad,
fue a partir de comienzos del siglo XVI, cuando comenzó a usarse el termino
banquete, originado en el francés “banquet”, emparentado con el italiano
“bancheto”. A partir de entonces, se usaron también con el mismo sentido los
vocablos “convite” y “festín”. Sin embargo, dejemos estos vericuetos lexicográficos
y concretémonos a considerar nuestro tema, en el entendido de que todos
conocemos, como decíamos al principio, lo que quiere decir “banquete”.
El unirse los seres
humanos para comer, celebrando una ocasión festiva, es practica que, como diría
la retórica decimonónica, se pierde en la noche de los tiempos. De forma que no
es desencaminado pensar que el hombre primitivo, en sus cavernas, ya realizara
este tipo de evento. Seguramente, los alimentos que se consumían en la
prehistoria estaban preparados de manera sumamente rústica, y es difícil
concebir al “homo sapiens” comiendo un ragú de mamut, sino más bien, debemos
imaginárnoslo mordiendo un trozo de carne de aquel gigantesco paquidermo,
apenas sometido a una leve acción del fuego. Pasarían muchos miles de años para
que la humanidad pudiese acceder a una mesa bien servida y a un relativo
refinamiento en la presentación de las viandas. Lo que si existió, sin duda,
desde los tiempos primigenios, fue la alegría, el espíritu festivo de tal clase
de reuniones, no exento de cierto carácter ceremonial. Es difícil disociar la
idea de banquete del goce, de cierto carácter orgiástico, estrechamente ligado,
aun en nuestros días, a una comilona.
Desde que el hombre
aprendió a dejar rastro escrito de sus hechos, incluyó la reseña de su “banquetear”, gracias a lo
cual, poseemos testimonios asentados en caracteres cuneiformes, en jeroglíficos,
caracteres chinos y en los alfabetos griego y latino, que dan cuenta de tales
festines. Han sido tantos, tan variados y con desenlaces tan distintos, los
banquetes, que una revisión de su historia nos llevaría a comprobar que no
todos fueron verídicos y que hubo varios que llevaron a la muerte y no a la
alegría de vivir. Aun aquellos de cuya ocurrencia tenemos alguna prueba, han
llegado hasta nosotros envueltos en incidentes fantasiosos y no pocas veces, se
han inventado, como lo veremos mas adelante. En el breve espacio de que disponemos, nos referiremos a unos
cuantos ejemplos ilustrativos de lo que venimos exponiendo.
El festín de Baltasar - Rembrandt, 1635 |
Cuando en la escuela se
estudiaba la historia sagrada, al tratar de los profetas hebreos, se recordaba
el famoso banquete de uno de los sucesores de Nabucodonosor: Baltasar, o,
Balassar, último rey de Babilonia, quien resolvió, según cuenta la Biblia,
celebrar una gran comida, mandando a traer, para escanciar el vino que había de
beberse en esa ocasión, los vasos sagrados de oro y plata que habían sido
robados del templo de Jerusalén. Este monarca venia observando desde su
ascensión al trono una conducta disoluta, entregándose sin freno a toda suerte
de placeres, y cuenta la Biblia que en aquella ocasión, iluminada la sala del
convite con un gran candelabro, quedaron atónitos los comensales cuando vieron
aparecer contra una de las paredes del salón, una mano fantasmagórica que trazo
en el muro tres palabras misteriosas: “Mane”, “Thecel”, “Pharez”; quedaron
sobrecogidos y callados hasta que el rey, no conociendo el significado de
aquella extraña inscripción, “demudó su semblante,
y conturbárosle sus pensamientos, y las
articulaciones de sus caderas se le relajaron, y las rodillas comenzaron a
golpearse la una con la otra”, tal como dice el texto sagrado, pidiendo a
gritos que se le interpretara, en vano, pues ninguno de los presentes, ni de
los sabios que fueron llamados al efecto, pudieron descifrarla. Fue necesario
traer a un hebreo que vivía en la ciudad y era conocido por sus dotes
adivinatorios: el profeta Daniel, quien acudió al llamado y desentrañó el
enigma diciendo “Tú, ¡oh Baltasar! No has humillado tu corazón... mas te has
alzado contra el Señor del cielo, y te han traído adelante las copas de su
templo, y tú y tus magnates, tus esposas y tus concubinas habéis bebido vino en
ellas y has ensalzado a unos dioses que ni ven, ni oyen, ni entienden, y no has
honrado al Dios verdadero. Por eso fue enviada la mano que trazó este escrito y
esta es la interpretación de las palabras: Mane, Dios ha contado tu reinado y
le ha puesto fin; Thecel, has sido pesado en la balanza y se te ha hallado
falto de peso; Phare, tu reino ha sido dividido y dado a los medos y a los
persas”, y cuenta el libro por excelencia, que aquella misma noche fue muerto
Baltasar, extinguiéndose con el la monarquía babilónica. Banquete de
profanación y de muerte, este festín.
Entre los egipcios hay
otro ejemplo de banquete nefasto para los comensales: el de la reina
Hatchepsut, de la dinastía XVIII, quien a sabiendas de que sus ministros
tramaban su destitución, los invitó a un gran banquete ceremonial, que habría
de celebrarse en el hipogeo que había mandado a construir. Cuando todos sus
invitados llegaron a la sala y se comenzó la celebración, cuentan que se retiro
discreta y rápidamente la reina, ordenando cerrar tras ella la única puerta de
acceso, verificado lo cual, sus servidores de confianza abrieron unas
compuertas por las que fluyo abundante agua del cercano Nilo, llenando el
recinto y ahogando a los desesperados comensales. Banquete aparentemente
legendario, pero también mortífero, esta vez con fines políticos muy precisos.
Yendo a Grecia,
encontraremos el relato de otro banquete trágico, engarzado en los versos del
divino Homero, quien en su Odisea, al contarnos el regreso de Ulises a
su hogar, invadido por los famosos pretendientes que asediaban a la fiel e
inteligente Penélope, quien les había prometido que al terminar de tejer su
tela accedería a escoger a uno entre ellos, pero que por las noches destejía lo
que a la luz tramaba. Haciendo ya insostenible la espera, se resolvió celebrar un
banquete, pues les anuncio que las labores habían llegado a su fin. Contentos
los candidatos a la mano de la paciente esposa, asistieron con gran jolgorio y
mucho apetito por los asados que entonces se prepararon, para encontrar que, un
extranjero que había sido invitado al convite a última hora, y no era otro que
Ulises mismo, tomando sus armas con brazo diestro, le fue dando la muerte, uno
a uno. Otro banquete mortal. Baño de sangre que perpetuó el rojo del vino, esta
vez, como reacción de un marido ofendido por el cortejeo a que había sido
sometida su esposa durante su larga ausencia. Banquete que solo figura en la
poesía.
Wikipedia: reproducción de un triclinium en Zaragoza |
Pero alejándonos de
tanta tragedia, es hora de ver el lado alegre de los banquetes. Si pasamos a
Roma, encontraremos, también en el mundo de la ficción literaria, un
celebérrimo banquete: el de Trimalción, creado por la seductora pluma de
Petrónio en su novela El satiricon. Este escritor, contemporáneo de
Nerón, en cuya corte fungió de árbitro de la elegancia, tomando sus vivencias
de varios festines romanos, dedico varias páginas de su mentada obra a
describir con lujo de detalles la comilona que dio en su villa un nuevo rico,
deseoso de ostentar su recién adquirida fortuna ante los numerosos invitados
que convocó para una cena. Allí, en el “triclinium”, como se llamaba la sala de
las villas romanas destinadas al comedor, fueron llegando los huéspedes que,
recibidos por esclavos, eran bañados, perfumados, vestidos con ropas de
banquete (vestis caenatoria o cubitoria),
y luego pasados a la gran sala donde se sirvieron los mas extravagantes
manjares, aderezados con diversas clases de garum y presentados con gran aparato, daban rienda
suelta a su apetito en un ambiente verdaderamente orgiástico en el que había
música, danza y acrobacia. Banquete de ostentación, tributo pagado por el parvenue
con la intención de dejar de serlo, pero más bien con el efecto de
suscitar toda suerte de burlas y bullas de los patricios asistentes.
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