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domingo, 3 de julio de 2016

De los banquetes a propósito del libro de Pedro Chacón (S. XVI) - José Rafael Lovera



En la obra reseñada Pedro Chacón, cortesano del Rey de España Felipe Segundo, diserta sobre los banquetes, de manera muy erudita e incluye varios grabados relativos a esas celebraciones. El texto escrito en latín constituye una de las obras más famosas de la literatura gastronómica europea del siglo XVI. Un facsímil de este libro ha sido ingresado a nuestra biblioteca. Con ese motivo hemos escrito el breve texto que sigue alusivo al tema:

Fuente de la imagen: revista de ArteS

Cuando se nos menciona la  palabra banquete, todos creemos saber qué  significa y cuando la usamos lo hacemos atemporalmente sin darnos cuenta de que el vocablo entró en los idiomas romances, el castellano es uno de ellos, apenas en las postrimerías del siglo XIV. De manera que, si hablamos del “banquete” de Trimalción de la época del Imperio Romano, todos comprenderemos la frase, pero si nos remontamos al siglo XIII o a mediados del XIV y nos expresamos de la forma dicha, no se nos entendería, pues aun no había entrado en nuestro idioma la palabra que nos interesa. En aquellos remotos tiempos medioevales, se decía ágape y no banquete, y esa palabra viene del griego, a través del latín, y se originó en las comidas que celebraban los cristianos en tiempos romanos, a escondidas, pues su credo estaba proscrito y quienes lo profesaban eran perseguidos. Con seguridad, fue a partir de comienzos del siglo XVI, cuando comenzó a usarse el termino banquete, originado en el francés “banquet”, emparentado con el italiano “bancheto”. A partir de entonces, se usaron también con el mismo sentido los vocablos “convite” y “festín”. Sin embargo, dejemos estos vericuetos lexicográficos y concretémonos a considerar nuestro tema, en el entendido de que todos conocemos, como decíamos al principio, lo que quiere decir “banquete”.

         El unirse los seres humanos para comer, celebrando una ocasión festiva, es practica que, como diría la retórica decimonónica, se pierde en la noche de los tiempos. De forma que no es desencaminado pensar que el hombre primitivo, en sus cavernas, ya realizara este tipo de evento. Seguramente, los alimentos que se consumían en la prehistoria estaban preparados de manera sumamente rústica, y es difícil concebir al “homo sapiens” comiendo un ragú de mamut, sino más bien, debemos imaginárnoslo mordiendo un trozo de carne de aquel gigantesco paquidermo, apenas sometido a una leve acción del fuego. Pasarían muchos miles de años para que la humanidad pudiese acceder a una mesa bien servida y a un relativo refinamiento en la presentación de las viandas. Lo que si existió, sin duda, desde los tiempos primigenios, fue la alegría, el espíritu festivo de tal clase de reuniones, no exento de cierto carácter ceremonial. Es difícil disociar la idea de banquete del goce, de cierto carácter orgiástico, estrechamente ligado, aun en nuestros días, a una comilona. 

         Desde que el hombre aprendió a dejar rastro escrito de sus hechos, incluyó  la reseña de su “banquetear”, gracias a lo cual, poseemos testimonios asentados en caracteres cuneiformes, en jeroglíficos, caracteres chinos y en los alfabetos griego y latino, que dan cuenta de tales festines. Han sido tantos, tan variados y con desenlaces tan distintos, los banquetes, que una revisión de su historia nos llevaría a comprobar que no todos fueron verídicos y que hubo varios que llevaron a la muerte y no a la alegría de vivir. Aun aquellos de cuya ocurrencia tenemos alguna prueba, han llegado hasta nosotros envueltos en incidentes fantasiosos y no pocas veces, se han inventado, como lo veremos mas adelante. En el breve espacio  de que disponemos, nos referiremos a unos cuantos ejemplos ilustrativos de lo que venimos exponiendo.

El festín de Baltasar - Rembrandt, 1635

         Cuando en la escuela se estudiaba la historia sagrada, al tratar de los profetas hebreos, se recordaba el famoso banquete de uno de los sucesores de Nabucodonosor: Baltasar, o, Balassar, último rey de Babilonia, quien resolvió, según cuenta la Biblia, celebrar una gran comida, mandando a traer, para escanciar el vino que había de beberse en esa ocasión, los vasos sagrados de oro y plata que habían sido robados del templo de Jerusalén. Este monarca venia observando desde su ascensión al trono una conducta disoluta, entregándose sin freno a toda suerte de placeres, y cuenta la Biblia que en aquella ocasión, iluminada la sala del convite con un gran candelabro, quedaron atónitos los comensales cuando vieron aparecer contra una de las paredes del salón, una mano fantasmagórica que trazo en el muro tres palabras misteriosas: “Mane”, “Thecel”, “Pharez”; quedaron sobrecogidos y callados hasta que el rey, no conociendo el significado de aquella extraña inscripción, “demudó  su semblante, y conturbárosle  sus pensamientos, y las articulaciones de sus caderas se le relajaron, y las rodillas comenzaron a golpearse la una con la otra”, tal como dice el texto sagrado, pidiendo a gritos que se le interpretara, en vano, pues ninguno de los presentes, ni de los sabios que fueron llamados al efecto, pudieron descifrarla. Fue necesario traer a un hebreo que vivía en la ciudad y era conocido por sus dotes adivinatorios: el profeta Daniel, quien acudió al llamado y desentrañó el enigma diciendo “Tú, ¡oh Baltasar! No has humillado tu corazón... mas te has alzado contra el Señor del cielo, y te han traído adelante las copas de su templo, y tú y tus magnates, tus esposas y tus concubinas habéis bebido vino en ellas y has ensalzado a unos dioses que ni ven, ni oyen, ni entienden, y no has honrado al Dios verdadero. Por eso fue enviada la mano que trazó este escrito y esta es la interpretación de las palabras: Mane, Dios ha contado tu reinado y le ha puesto fin; Thecel, has sido pesado en la balanza y se te ha hallado falto de peso; Phare, tu reino ha sido dividido y dado a los medos y a los persas”, y cuenta el libro por excelencia, que aquella misma noche fue muerto Baltasar, extinguiéndose con el la monarquía babilónica. Banquete de profanación y de muerte, este festín.

Ofrendas en la tumba de Menna - Web Arquehistoria

         Entre los egipcios hay otro ejemplo de banquete nefasto para los comensales: el de la reina Hatchepsut, de la dinastía XVIII, quien a sabiendas de que sus ministros tramaban su destitución, los invitó a un gran banquete ceremonial, que habría de celebrarse en el hipogeo que había mandado a construir. Cuando todos sus invitados llegaron a la sala y se comenzó la celebración, cuentan que se retiro discreta y rápidamente la reina, ordenando cerrar tras ella la única puerta de acceso, verificado lo cual, sus servidores de confianza abrieron unas compuertas por las que fluyo abundante agua del cercano Nilo, llenando el recinto y ahogando a los desesperados comensales. Banquete aparentemente legendario, pero también mortífero, esta vez con fines políticos muy precisos. 

         Yendo a Grecia, encontraremos el relato de otro banquete trágico, engarzado en los versos del divino Homero, quien en su Odisea, al contarnos el regreso de Ulises a su hogar, invadido por los famosos pretendientes que asediaban a la fiel e inteligente Penélope, quien les había prometido que al terminar de tejer su tela accedería a escoger a uno entre ellos, pero que por las noches destejía lo que a la luz tramaba. Haciendo ya insostenible la espera, se resolvió celebrar un banquete, pues les anuncio que las labores habían llegado a su fin. Contentos los candidatos a la mano de la paciente esposa, asistieron con gran jolgorio y mucho apetito por los asados que entonces se prepararon, para encontrar que, un extranjero que había sido invitado al convite a última hora, y no era otro que Ulises mismo, tomando sus armas con brazo diestro, le fue dando la muerte, uno a uno. Otro banquete mortal. Baño de sangre que perpetuó el rojo del vino, esta vez, como reacción de un marido ofendido por el cortejeo a que había sido sometida su esposa durante su larga ausencia. Banquete que solo figura en la poesía.

Wikipedia: reproducción de un triclinium en Zaragoza

         Pero alejándonos de tanta tragedia, es hora de ver el lado alegre de los banquetes. Si pasamos a Roma, encontraremos, también en el mundo de la ficción literaria, un celebérrimo banquete: el de Trimalción, creado por la seductora pluma de Petrónio en su novela El satiricon. Este escritor, contemporáneo de Nerón, en cuya corte fungió de árbitro de la elegancia, tomando sus vivencias de varios festines romanos, dedico varias páginas de su mentada obra a describir con lujo de detalles la comilona que dio en su villa un nuevo rico, deseoso de ostentar su recién adquirida fortuna ante los numerosos invitados que convocó para una cena. Allí, en el “triclinium”, como se llamaba la sala de las villas romanas destinadas al comedor, fueron llegando los huéspedes que, recibidos por esclavos, eran bañados, perfumados, vestidos con ropas de banquete (vestis caenatoria o cubitoria), y luego pasados a la gran sala donde se sirvieron los mas extravagantes manjares, aderezados con diversas clases de garum  y presentados con gran aparato, daban rienda suelta a su apetito en un ambiente verdaderamente orgiástico en el que había música, danza y acrobacia. Banquete de ostentación, tributo pagado por el parvenue  con la intención de dejar de serlo, pero más bien con el efecto de suscitar toda suerte de burlas y bullas de los patricios asistentes.

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